27 noviembre 2005

Esa leve capa de civilización ...

Uno de los temas que me han llamado la atención de las noticias de los últimos meses ha sido la reacción de la ciudadanía los días siguientes al huracan Katrina. Me llamó la atención, sobre todo, lo delgada que parece ser la capa de civilización que poseemos: me explico, en cuanto faltaron unas horas los policías, la gente dejó de comportarse como ciudadanos, para apuntarse, haciendo feliz a Hobbes, al clan del oso cavernario y retomar la ley del más fuerte.
En un principio pensé que eso era algo característico de los norteamericanos, que siempre sospechando del Gobierno y del Estado, se educan en un individualismo radical. Luego, los incidentes de las ciudades dormitorio de Francia de las últimas semanas me sacaron de mi error: ¡no estamos libres en la vieja y culta Europa! Sigo sin enteder porqué quemar el coche de tu vecino o el colegio del barrio va a conseguir mejorar la situación social de nadie ... pero es evidente que miles de franceses así lo creyeron.
El otro día presencié un incidente que me ratificó en todo ello. Mientras pasaba por los pasillos del Instituto, camino de mi aula, a unos metros delante mía estaba una compañera de Ciencias (joven, rubia, atractiva, lo que añado para la comprensión del hecho) y un alumno, de unos 14 ó 15 años, se le plantó impidiéndole el paso ... ella se echa a un lado, y el rectifica su posición, y vuelta a la misma danza un par de veces, dejando claro que no era un encontronazo casual, sino que se le estaba, claramente, enfrentando. Era la típica situación del chuleta que trata de avasallar al que considera más débil. No es que me espante; después de los cinco años pasados en San Severiano, y especialmente el de Jefe de Estudios, lo que veo en este nuevo Instituto me parece fácilmente abarcable. Así que, sin hacer demasiado alarde, me acerqué, haciéndome visible al alumno, pero sin decir nada; ayudando así a que la compañera resolviera por sí misma la situación, pero haciendole ver mi apoyo.
Cuando la encontré después en el recreo y le pregunté por el incidente, me dijo que, efectivamente, conocía al alumno, que era de un curso de 2º de ESO y que en clase no tenía ningún problema con él, pero que en los pasillos sí, y que ya le había advertido de que acabaría por ponerle alguna amonestación.
A lo que iba. Me llamó la atención, de nuevo, lo delgada que es la civilidad (no se si la palabra tiene demasiadas connotaciones, pero no se me ocurre otra) de estos chavales. Basta con estar fuera del espacio físico donde la profesora ejerce su autoridad, para que la vea como alguien a quien acosar. El carisma, la "autoritas" del profesor apenas llega a los límites físicos del aula; fuera de ella es un individuo más, y en este caso, y a los ojos del aprendiz de macarra, una mujer joven y por tanto débil.

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